El inicio de la adolescencia parece consensuado y lo determina la pubertad; aunque los cambios físicos no siempre coinciden con los cambios de carácter psicológico o social. Es cierto también que observamos niños y niñas que sin haber alcanzado esta edad desarrollan comportamientos propios de adolescentes; aunque con el prefijo "pre", se encajan fácilmente en cualquier estudio evolutivo.
La Sociología de a pie de calle, la del comentario de las madres en la puerta del colegio, la teritulia de la radio o el artículo del semanal de la presna dominical, afirma con contundencia la importancia de los cambios que se han roducido durante los últimos 30 años en los adolescentes. Siempre es interesante escuchar ese sentir popular, pero no por ello considerarlo un saber exacto. Coincidimos en la magnitud de los cambios, aunque no tanto en el origen de los mismos. Aun así nos mostramos cautos al analizarlos, pero tal vez en España aún no hemos experimentado con fuerza los efectos de estos supuestos cambios, menos aún los ciudadanos que vivimos en "provincias", alejados de las grandes urbes.
Hablemos de los NUEVOS ADOLESCENTES. Son los hijos de los "nevos padres" nacidos ya en un "mundo nuevo", sin memoria histórica, mimetizados con las nuevas tecnologías, adaptados a la flexibilidad del mercado laboral, abanderados del ocio y el consumo, nacidos al lado de niños de otros "colores"... Por lo tanto, sólo podemos percibir atisbos de esta nueva realidad, ya que los hijos de inmigrantes de segunda generación y los nietos de abuelos seducidos por el ocio o las nuevas tecnologías, son aún minoritarios en nuestro país. Están todavía entrando en escena, y lo irán haciendo con fuerza a lo largo de los próximo años.
El etnocentrismo que impregna nuestra vida cotidiana impide observar con claridad el mundo que nos rodea. En esta sociología popular, los cambios se objetivn en base a dos criterios: el grupo o entorno sociorrelacional que sirve de muestra para la comparación, y le bagaje vital de la persona que valora la evolución. Cbe preguntarse por lo tanto una doble cuestión: ¿son comparables los contextos sociorrelacionales, son extrapolables los nuestros al conjunto de la adolescencia?; y por otro lado ¿existe objetividad para evaluar percepciones pasadas condicionadas por el momento vital actual?. En definitiva: nos vemos obligados a desconfiar de las conjeturas el saber popular, y en consecuencia de las nuestras propias. Las sociedades están en constante evolución, continuamente aparecen elementos nuevos que modifican la vida social, cada momento histórico es diferente; pero la valoración positiva o negativa de los mismos excede prácticamente a las competencias de cualquier saber científico.
Lo nuevo, lo que escapa a nuestro control, en definitiva los cambios, nos suelen provocar temor e inseguridad, y con frecuencia reaccionamos a la defensiva, aferrándonos a lo conocido. Ya la lírica española del siglo XV se encargó de acuñar contundentemente esta experiencia: "cualquiera tiempo pasado fue mejor". Deshacerse de esta visión, dotará de mayor calidad a nuestra intervención como educadores, aumentando sensiblemente las capacidades empáticas y de comprensión frente a los adolescente.
Conceptualizamos la situación de riesgo como el espacio en el que confluyen aquellos factores que suponen vulnerabilidad para el adolescente, y otros factores externos que le excluyen de los vértices básicos de la integración. Dependiendo de la combinación que se establezca entre estos dos grupos de factores, aumentará o disminuirá el riesgo del adolescente de verse inmerso en problemáticas sociales que impidan o limiten su adecuado desarrollo sociopersonal.
Integración, vulnerabilidad y exclusión son conceptos con frecuencia utlizados en algunos análisis de los procesos de inadaptación social.
La situación de riesgo del adolescente, se trataría de aquellas características personales y del entorno sociorrelacional próximo, que colocan al adolescente en una posición de indefensión y fragilidad, ante el proceso de desarrollo sociopersonal al que se enfrenta.
Factores que suponen vulnerabilidad:
.- Estructura y dinámica familiar: seguridad, hábitos, afectos, organización, referente de valores y normatividad.
.- Habilidades personales: posibilidades de comunicación, habilidades sociales, resolución de conflictos y capacidades cognitivas.
.- Afectividad: autoestima, relaciones interpersonales, sexualidad, control y expresión de emociones.
.- Entorno social: normalización, ámbito de socialización, grupos de iguales, equipamientos y recursos socioculturales.
.- Redes de apoyo social: solidaridad primaria y pluralidad de referentes educativos.
Factores que provocan exclusión:
.- Déficits educativos / culturales.
.- Empleo: Elemento básico en la configuración de la identidad personal y de ubicación en la estructura social. Puede considerarse que conlleva cierto "efecto normalizador" respecto al entorno socioeconómico.
.- Ocio y tiempo libre: la etapa adolescente se carazteriza por el descubrimiento de esta dimensión. Música, deporte, aficiones...irrumpen con fuerza en este momento vital. Un beso y disfrute adecuado de los tiempos de ocio contribuye a equilibrar otras dimensiones de la persona.
Partimos de una premisa básica:
La intervención con adolescentes, ya sea desde el campo de la pedagogía, de la psicología, de la educación social o del trabajo social, exige al profesional unos conocimientos específicos sobre aspectos educativos, lo que denominamos "saber hacer educador" y un talante /actitud determinado, lo que llamamos "saber ser educador". El adolescente es una persona aún en construcción, y con unas características evolutivas muy determinadas, que obligan a cualquier enfoque profesional a situarse desde el plano educativo. Debemos conocer y saber manejar, las estrategias de la relación educativa. Y esto supone una modificación de nuestro rol profesional, para que la relación educativa sea efectiva, tendremos que implicarnos en ella, y esto significa necesariamente un cambio de actitud. No se trata únicamente de utilizar unas técnicas determinadas, sino que tendremos que transmitir las experiencias que las acompañan.
Ejemplo: al profesional le costará empatizar con una adolescente de 15 años bloqueada por un tema afectivo, si no ha hecho un esfuerzo previo por "revivir" personalmente ese tipo de experiencias.
TRES ÁMBITOS DE ACTUACION
En estos tres niveles se desarrolla mayoritariamente el cotidiano del adolescente, en ellos surgen y se enraízan muchas de las problemáticas sociopersonales que le afectan. Intervenciones correlacionadas en los tres niveles se hacen necesarias para dotar de cohesion a la estrategias de resolución de problemas.
a) Ámbito comunitario: Incluimos aquí colegios e institutos, recursos sociales y formativos, junto al tejido social de la zona. Las principales intervenciones tendrían relación con la orientación y motivación, mediación en la resolución de conflictos, seguimiento y apoyo a la asistencia, coordinación en la elaboración de objetivos planteados para el adolescente, integración en recursos, búsqueda de alternativas y dinamización de la participacíón social.
b) Dinámica familiar: Núcleo básico de convivencia y familia extensa. Las intervenciones habituales serán: incidencia en hábitos y normas básicas de convivencia, supervisión de pautas educativas con los hijos mediación en situaciones de conflicto, mejora de los niveles y habilidades de comunicación, orientación y compañamiento de problemáticas de carácter social.
c) Entorno sociorrelacional: referido al grupo de iguales, la calle y a las pautas de ocio y consumo colectivas. Las intervenciones tendrán relación con trabajo de calle, generación de alternativas de tiempo libre educativas, relación educativa con el grupo de iguales, generación y constitución de dinámicas grupales formales como ámbito de intervención, prevención en el consumo de drogas, mediación en situaciones de conflitcto, observación y detección de nuevos casos.
Fuente: "Adolescentes en riesgo"
autor: Manuel Tarín y José Javier Navarro
Editorial: CCS
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